Cuatro “Aguafuertes porteñas”, de Roberto Arlt
Compartimos tres aguafuertes porteñas, todos sobre la Calle Florida, en Buenos Aires
Para escuchar la lectura de estos textos, puedes seguir este link: https://open.spotify.com/episode/12TQuSTmHZooAxS5XztgSj?si=OWXdEIhHTsOo4QTpzfxCBw
También puedes escucharlos en velocidad lenta, para estudiantes de español: https://open.spotify.com/episode/350ex4RKr9JOowa8G9uDQg?si=tGzQ4dW2Ree0yLA1xwHZTA
La calle Florida
He hablado tanto de las calles canallas, con sus mansardas asomadas al sol y sus tiestos de geranios
que riega casi siempre una muchachita vestida de percal, que hoy, día decorado de nubes, con un
crepúsculo que antorchan letreros luminosos, maravilla de lo pálido verde, de lo pálido azul y
amarillo, siento necesidad de hablar de la calle Florida.
De la calle Florida y de sus petimetres; de la calle donde siempre hay «un día convalesciente» de
claridad, con sus vidrieras que retuercen de deseos el alma de las mujeres, y con sus mujeres que se
llevan los ojos de los hombres que pasan en busca del amor inesperado.
Multitud de gente bien vestida. Los desdichados evitan esta calle; los miserables que albergan un
proyecto, la eluden; los soñadores que llevan un mundo adentro, la esquivan; todos aquellos que
necesitan de la calle para desparramar su angustia o para recogerla en un ovillo nervioso, no entran
en esta, que es el escaparate vivo del lujo, de las mujeres que cuestan mucho dinero y de la vida
que pasa vertiginosamente.
Calle del paseo
Es la calle del paseo pero ¿de qué paseo? Porque hay calles donde previamente, sabemos que
recibiremos una impresión de bienestar burgués; otras de romanticismo barato, fácil y halagador;
otras, donde la sucesión de murallas rojas y chimeneas negras, es tan continua que se cree estar
en los alrededores de Detroit o Chicago; otras donde uno se siente anarquista, asaltante y todo lo
demás; porque el espectáculo influye de tal modo, que uno es lo que lo rodea, al menos
transitoriamente. Pero en la calle Florida ¿qué impresión de paseo se recibe?
Yo creo que es la calle más despersonalizada que tiene Buenos Aires. Esa es la verdad.
La más conocida e insignificante.
Despersonalizada
Despersonalizada porque hay un poco de todo, como en farmacia. Y ese poco es pretencioso con
tendencias al lujo. Y la enorme vulgaridad de sus tiendas con liquidaciones; esas liquidaciones
manidas que sublevan a todas las dueñas de casa que, con un presupuesto de veinte para el tranvía
y veinticinco centavos para el café con leche, piensan compensar los gastos que harán con las
rebajas que obtendrán.
¡Formidable! Y el aburrimiento se pasea junto a los maniquíes con ropa para hombres; esos
maniquíes que tienen la cara más pintada que una muchacha y cuyas patillas imitan los horteras
con conmovedora fidelidad.
La gente va y viene, pero porque sí. Hace cola, se apretuja. Los rateros distinguidos dan
manotones discretos a las posibles carteras rellenas, y las mamás se afanan al perder un miembro
de su prole entre las brigadas de papanatas que abren ojos de platos frente a un soberbio collar
de perlas que vale un peso y veinte, con opción a una rifa, en la que se regala un chalet amueblado,
con piano, automóvil y perro.
Lo único que falta es que regalen también, los habitantes del chalet.
Las que pasean
Hay
mujeres que van todos los días a Florida. Digo todos los días, porque
cada tres meses paso por allí y me encuentro a las mismas paseantes, con
los mismos vestidos, la misma mirada, el mismo cansancio, igual paso,
semejante rumbo. Grupos de tres, de cuatro, que al que va por primera
vez le da la impresión de ser provincianas que están estudiando
arquitectura y que, para el que las ve todos los días, le dejan en el
entendimiento una pregunta flotante: ¿Qué diablos vienen a buscar todos
los días estas mocitas a la calle? Porque se explica un día, dos ¿pero
todos los días: invierno, verano, otoño? Se necesita paciencia y plata,
sobre todo plata, para atender al desgaste de material rodante, quiero
decir, de zapatos y medias.
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